Un monumento que les da la espalda a la Ciudad y al país, y mira hacia Europa, es todo un símbolo de la visión eurocéntrica de un sector del poder. Los daños que sufrió y los cuidados para su preservación.
El
navegante se eleva por el aire, amarrado. Luego baja y descansa, horizontal, a
la espera de su destino. Su futuro está en discusión. “El sino de Cristóbal
Colón es el de dar la espalda. Cuando llegó a Guanahani creyó que estaba en
Asia, le dio la espalda a América. Y el monumento emplazado en Buenos Aires le
da la espalda a la Ciudad, al país.” La reflexión pertenece a Omar Estela,
arquitecto, escultor y encargado de la curaduría del controvertido movimiento
del monumento que recuerda al marino genovés. El proceso empezó hace dos
semanas, cuando una grúa bajó la figura de su pedestal y lo colocó sobre un
colchón de tablones de madera. Para el equipo de Estela, no se trata de un
trabajo más ni de una simple operación mecánica. “Nos preguntamos lo que significa
el monumento, lo que representa hoy y qué valor tiene su traslado”, dice el
curador. Y comparte las respuestas en un diálogo con Página/12.
Para
comenzar, Estela define cuál es la diferencia entre un monumento y una
escultura. “Los monumentos son panfletos, cumplen una función, están muy
ligados al poder: pueden ser funcionales a la Iglesia Católica, al stalinismo.
Una escultura es sólo una obra de arte.” Es la misma diferencia que hay entre
un artesano y un artista.
Hecha la
aclaración, el curador afirma que el de Colón originalmente fue un monumento y
no una escultura. “Fue realizado por Arnaldo Zocchi, dedicado a hacer
monumentos por encargo”, en este caso, de la comunidad italiana en la
Argentina. “Lo que lo transforma en una obra artística es su ubicación: les
está dando la espalda a la Ciudad y al país. Eso lo convierte en una
escultura.” Para el arquitecto, lo transformaron en obra artística quienes lo
colocaron allí, en esa posición.
Omar Estela
dirige el equipo de curaduría que integran Mariano Abal y Francisco Donnerstag.
Fueron contratados por la empresa encargada del traslado en cumplimiento de un
requisito impuesto por el gobierno nacional. Antes de iniciar el trabajo, los
curadores repartieron entre el personal un material con un breve texto donde se
explica el significado de lo que allí se iba a hacer. “No se trata de mover un
bulto más, como pudieron pensar los obreros de la empresa constructora”, afirma
Estela. “Nos preguntamos por qué hacemos este trabajo y ensayamos respuestas
con especial cuidado porque creemos en la necesidad de pensar qué significa
mover a Colón, que cada uno lo sienta como parte del trabajo, para descubrir
principios”, dice el texto distribuido entre los operarios.
¿Y qué
significa mover a Colón? “Yo digo que el monumento a Colón es un monumento a la
desheredad: un monumento a los hijos de una Madre Patria que hoy son negados
por esa misma madre, que son tratados como extranjeros o expulsados. Retirarlo
es profundizar esa herida, es un gesto más de alejamiento de Europa”, define
Estela.
Los
curadores prefieren no meterse en la controversia política, en los argumentos
de los gobiernos ni en las medidas judiciales que frenan o habilitan los
procedimientos en curso. “Nuestra tarea es cuidar el monumento, conservarlo durante
los movimientos que se realicen”, aclara.
Tanto el
movimiento de la estatua como la participación de los curadores eran
imprescindibles por la situación en que se encuentra Colón. “No podía estar más
parado, estaba teniendo desprendimientos”, describe Estela. La pieza de mármol
de Carrara, de seis metros de altura y 24 toneladas, no sólo había sufrido el
rigor de la intemperie: tiene deterioros estructurales producidos por los
impactos de bala de la Marina, en los bombardeos antiperonistas de junio de
1955, y el cimbronazo de una bomba que estalló en la base, en abril de 1987.
“Tiene la boina partida, separada de la cabeza, y una fisura alrededor de ambos
brazos”, cuentan los especialistas.
Para evitar
una posible ruptura, se hizo primero una maqueta para ensayar dónde colocar los
lazos de sujeción y desde dónde enganchar para bajarlo. Así, se construyó un
bastidor de hierro con cuatro puntos de tiro para que cada uno soporte la misma
carga. “El solo hecho de bajarlo es una puesta en valor, ya que de esa manera
no se lo deja caer”, argumenta Estela.
Aunque
evita entrar en la polémica, el equipo de curadores lamenta la pobreza de
argumentos de quienes se oponen al movimiento del monumento. “Es llamativo que
para el Gobierno de la Ciudad todo el debate se reduzca a una cuestión de
propiedad: de quién es la plaza, de quién es el monumento, el gobierno se
quiere robar algo que es de la Ciudad.”
“Un
monumento es un exvoto, una ofrenda. En el caso de Colón, es una ofrenda que no
es ingenua: como la Torre de los Ingleses o el Monumento de los Españoles, es una
forma de marcar territorio, de decir que éste es un país que mira hacia
Europa”, sentencia el arquitecto Estela.
Podría
haber varias lecturas acerca de la posición del almirante con la vista perdida
hacia el río: tal vez una manera de recibir a los inmigrantes, dicen algunos, o
de mirar hacia su punto de partida colonizador, el Puerto de Palos. Para los
integrantes del equipo, en cambio, “Colón tiene en sus manos el contrato
comercial con la corona española que abrió el camino para su aventura, pero también
una cruz, un símbolo de su acción evangelizadora: es un enviado de la
civilización contra la barbarie”.
Ese punto
de vista eurocéntrico, tan presente en Buenos Aires hace un siglo, sigue
vigente hoy, no sólo en el ideario de algunos sectores sociales, sino en la
propia Constitución nacional, según advierte el ingeniero Mariano Abal, otro
integrante del equipo: “El artículo 25 de la Constitución dice que el gobierno
federal fomentará la inmigración europea”, recuerda.
Los
curadores admiten que el debate ideológico sobre el traslado del monumento y su
reemplazo por el de Juana Azurduy no tuvo repercusión social porque muchos
creen que se trata de una discusión extemporánea y, además, porque Colón “ha
tenido buena prensa”: no se lo involucra en el genocidio de los pueblos
originarios, al menos con la magnitud de las masacres que encabezaron Francisco
Pizarro o Hernán Cortés. “Pero desde la llegada de Colón, la población de la
isla Guanahani se redujo en un 90 por ciento”, apunta el escultor.
“De acuerdo
con los cambios históricos, a los monumentos se los traslada, se los
resignifica o se los destruye”, concluye Estela. Después de todo, en su posible
viaje hacia el mar, Colón no quedaría mal parado.
Informaciones : Página/12.
No hay comentarios:
Publicar un comentario